Estoy segura de que habéis leído numerosos artículos sobre la importancia del refuerzo positivo, de cómo es sin lugar a dudas mucho más efectivo que los castigos, de como ayuda a que nuestros hijos desarrollen su autoestima… pero el refuerzo positivo tiene efectos adversos. Elogiar a nuestros hijos cuando hacen algo que nos gusta es una forma de premiarles por comportarse como nosotros queremos. Si, no es un premio material pero sí un premio en forma de palabras, una muestra de amor (condicional) cuando hacen lo que se espera de ellos.
Los premios son la otra cara de la moneda junto los castigos. Una forma de ejercer control sobre nuestros hijos. Pero tanto unos como otros tienen grandes consecuencias a nivel emocional.
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Un caso extremo es el de aquellos niños que, después de haber sido premiados de forma indiscriminada, son incapaces de hacer actividad alguna si no se les da nada a cambio (ya sea una premio material o un punto que les llevará a obtener luego algo más “grande”). Os parecerá exagerado pero, por desgracia, hay muchos niños que “funcionan” así, sin recompensa no se mueve un dedo.
El problema con los premios es que alteran la motivación que lleva a nuestros hijos a actuar de una forma determinada. Personalmente, me gustaría que mis hijos actuaran por motivaciones internas, porqué sienten que es lo correcto. Cuando hay premios, las motivaciones internas (intrínsecas) se ven desplazadas por motivaciones extrínsecas (los premios).
Hoy NO voy a centrarme en el refuerzo positivo en forma de premios materiales o puntuaciones sino en algo “más sutil”, que la mayoría de adultos hacemos (y me incluyo en el saco), y que creo que merece la pena analizar. Se trata del uso indiscriminado de los elogios: del ¡Muy bien! o el ¡Bien hecho! ¡Sabía que lo harías bien! ¡Buen chico! … u otras alabanzas que usamos (decimos) a nuestros hijos o alumnos.

Generalmente estamos haciendo varias cosas a la vez: atendemos a más de un niño, pensamos en el e-mail que tenemos que responder, en los papeles que debemos presentar a tal lugar… y entonces uno de los niños nos mira con una sonrisa incipiente a la vez que nos muestra su último dibujo/obra de arte. ¿Quien no ha respondido con un ¡Muy bien!?

Pero el refuerzo positivo puede tener el efecto contrario al que pretendíamos. En su lugar, podemos motivar de forma constructiva.

El refuerzo positivo puede hacer que nuestros hijos se vuelvan dependientes de los elogios externos. Es evidente que a nuestros hijos les gusta recibir nuestra aprobación y obtenerla puede ayudar a reafirmar sus opiniones pero en exceso, podemos acabar con niños más indecisos, que ya no confían en sus propios juicios y evaluaciones y dependen de la aprobación de otros.
Y, ¿Cómo sabemos si nuestros mensajes son adecuados? La respuesta está en centrarnos en el esfuerzo y el proceso en lugar de elogiar las habilidades y emitir juicios.

Si tu hija saca una buena nota en su examen de matemáticas podemos decirle:

– ¡Qué lista eres!

– ¿Un sobresaliente? ¡Si ni siquiera tuviste tiempo para estudiar!

Pero el mensaje (no audible) que le estás mandando es:

– Si no sacas buenas notas, no eres lista.

– Si necesitas esfuerzo y dedicación para sacar un sobresaliente es que no eres brillante/buena/inteligente

Elogiar las habilidades puede llevar a que nuestros hijos tengan miedo de dejar de ser listos/virtuosos/extraordinarios si fallan en sus actuaciones y, en última instancia, puede hacer que decidan no enfrentarse a futuros retos por miedo a no ser capaces de superarlos de forma adecuada (miedo al fracaso).
Todos sabemos del poder de las “etiquetas”, tanto las malas cómo las buenas tienen numerosos inconvenientes. Las malas se acaban haciendo realidad, las buenas pueden llevar al miedo a no cumplir con las expectativas, a la parálisis y a la pérdida de confianza en uno mismo.

Si, ante la misma situación, respondemos con:

– Has estado haciendo todos los deberes y resolviendo todos los ejercicios. Seguro que te ayudó a sentirte más segura durante el examen.

– Te esforzaste estudiando y tu mejoría lo demuestra.

Cuando nos centramos en el esfuerzo y el proceso estamos mandando a nuestros hijos el mensaje de que las destrezas y habilidades se logran mediante la constancia y el esfuerzo.

Pero, ¿por qué es esto importante?
Voy a hablaros ahora de la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento. Carol S. Dweck describe dos paradigmas que la gente (pequeños y adultos) utiliza para interpretar el aprendizaje personal y el cambio, y que explican porqué algunas personas no tienen miedo a enfrentarse a nuevos retos mientras que otras se paralizan ante la idea de un fracaso. No se trata de un concepto nuevo, John Holt ya hablaba de dos tipos de “mood” (humor, disposición de ánimo) en su libro How Children Learn (escrito en los años 60) pero la doctora Dweck ha realizado un amplio estudio que muestra los efectos de los dos tipos de mentalidad, su funcionamiento y sus bases.

  • La mentalidad fija se basa en la creencia de que tus cualidades y habilidades son algo innato que no puede cambiarse.
  • La mentalidad de crecimiento se basa en la idea de que tus habilidades básicas son algo que puedes desarrollar con esfuerzo.

Una misma persona puede adoptar una mentalidad fija en algunas áreas o actividades y una mentalidad de crecimiento en otras. Seamos sinceros, todos hemos tenido un mal día/momento en que algo no nos salía ni a la de tres y nos hemos dicho a nosotros mismos: Yo no valgo para esto, nunca he valido y nunca valdré, no está en mi ADN, se me dan mejor otras cosas… En cambio, otro día o el mismo pero en frente de otro tipo de actividad, sentimos que la práctica lleva a la mejoría e ¡incluso disfrutamos con el camino!
Cuando un niño recibe un refuerzo positivo basado en sus habilidades estamos promoviendo la mentalidad fija y cuando ésta entra en acción, la persona cree que estas destrezas le vienen dadas y no puede hacer nada por cambiarlas. Si obtiene resultados buenos de forma rápida, es que es bueno. Si debe esforzarse, es que no es suficientemente bueno. Y el peligro de entrar en este paradigma es que la persona acaba por rehuir nuevos retos por miedo a no salir exitoso.
En cambio, cuando nuestros mensajes se basan en el esfuerzo y el proceso, estamos promoviendo la mentalidad de crecimiento, les transmitimos la idea de que siempre se puede mejorar/avanzar si uno lo desea.

En mentalidad de crecimiento, el reto es algo estimulante, una nueva oportunidad de crecimiento, y el fallo se interpreta como un suceso normal en el proceso de aprendizaje.

Cuando se estudian personas “exitosas” vemos que las hay con mentalidad fija y con mentalidad de crecimiento pero las primeras tienden a mantener el éxito durante poco tiempo y generalmente sufren tanto por perderlo (fallar) que no logran realmente disfrutarlo. La mentalidad de crecimiento en cambio genera personas con capacidad de adaptación, resilencia y perseverancia.
Con todo esto quiero expresar que las alabanzas no les hacen bien a nuestros hijos. No dejan de ser un premio encubierto. Pero tenemos alternativas, podemos motivar y alentar sin emitir juicios. También tenemos otra opción, no decir nada. A menudo nos parece que nuestros hijos necesitan de aprovación pero lo que necesitan es ATENCIÓN, plena, sin distracciones.
¿Qué estrategias podemos adoptar para motivar de forma constructiva y despertar en nuestros hijos una mentalidad de crecimiento?

1. Olvidarnos de las alabanzas y centrarnos en prestar atención

2. Usar frases descriptivas / ser específico

3. Intentar iniciar un diálogo

4. Centrarse en el proceso o en el impacto de las acciones sobre otras personas

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Por ejemplo:

  • ¡Has hecho un dibujo! Veo que has usado muchos colores diferentes, aquí hay un círculo amarillo, ¿me explicas más? (A mi hija Heura le encanta dibujar…)
  • Has programado un videojuego para tu hermano. Se que has estado trabajando en él durante días y algunas partes te han costado. ¿Has visto que contento está Lluc jugando con su nuevo videojuego? (Mi hijo Eudald está aprendiendo a programar usando Scratch)
  • ¡Vaya torre de legos! ¡Es casi tan alta como tu! ¿Crees que te llega hasta el pecho? ¿O hasta la barbilla? A mi me llega hasta la rodilla (Teia empieza a disfrutar de sus construcciones en solitario)
  • ¿Me has escrito un mensaje? ¿Me lo lees? (Lluc empieza a escribir…)
  • Le has prestado tu coche a Liam. ¿Has visto que contento está ahora? (A Teia, como a casi todos los peques de 2 años, no le gusta compartir sus juguetes. No queremos forzarla a compartir, no queremos que aprenda a compartirlos porque es lo que “esperamos de ella” sino por el placer de hacer feliz a otro, por eso me centro en la reacción de su amiguito). Otra opción es preguntarle ¿Qué te ha llevado a dejarle el cochecito? Así es ella misma la que puede darse cuenta de que se lo ha dejado para hacerle feliz.

A menudo, nuestros hijos no tienen realmente necesidad de aprobación o aceptación sino simplemente necesidad de atención.

No hace falta que los evaluemos, únicamente que les mostremos atención incondicional e incondicional implica también cuando los resultados o acciones no son los esperados (son malos) pero el tema del feedback negativo ya lo dejo para otro día 😉
Dejemos los juicios a un lado, olvidemos el ¡Muy bien! y demás elogios, motivemos de forma constructiva y, si no nos salen las palabras, simplemente demos un abrazo.

Si queréis leer más sobre lo que he escrito, podéis consultar:
Cinco Razones para Dejar de Decir “¡Muy Bien!”, por Alfie Kohn
Mindset. How you can fulfil your potential, por Carlos S. Dweck

NOTA: No soy una experta en crianza/educación. En realidad, no creo que tales existan. No creo en métodos universales y lo que puede valerme a mi (con mis hijos, en un momento determinado) puede no ser de ayuda en tus circunstancias personales. Lo que sí creo es en el sentido común, en que lo que hago, la forma en que interactúo con el mundo, tienen un impacto en mis hijos mayor del que puedan tener todos los conocimientos que acumulo sobre la materia así que mi consejo es que nunca uses lo de: Haz lo que digo, no lo que hago… No pidamos a nuestros hijos lo que nosotros no somos capaces de hacer. Respetémosles y escuchémosles como a un igual.

 

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