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Todos queremos lo mejor para nuestros hijos y les amamos con locura. Pero no somos perfectos. Yo no soy perfecta y me he equivocado en numerosas ocasiones. Hace ya 12 años que soy madre (ahora ya de 4). Me siento en paz ahora, pero no siempre ha sido así. Te explico, a ver si te suena…
Ha habido momentos en que el trabajo y las responsabilidades varias me tenían consumida, en que creía y sentía que no había tiempo para nada, mucho menos para pararnos de camino a la escuela a observar un caracol.
Ha habido momentos en que me he sentido tan cansada que los pequeños dramas del día a día de mis hijos se me hacían una montaña. En que me superaban cosas tan normales e inocuas como un vaso de leche derramado a última hora de la noche.

Ha habido momentos en que mis logros no parecían suficientes. En que hacía caso a esa voz interior que te dice que debes hacer más y mejor. Trabajar más y progresar, tener una casa más limpia y ordenada y lograr esa vida perfecta, esa vida ideal. Pero curiosamente, cuanto más sigues este camino con ahínco, más lejos te encuentras del que debería ser el objetivo: vivir en paz, vivir feliz, vivir.
Por desgracia, esas prisas, el cansancio, el perfeccionismo… pasan factura. No solo en mi, no solo físicamente. La peor parte se la llevaron mis hijos en todos esos momentos que fui demasiado dura, por todas esas caras de reprobación, por las prisas, por los momentos de presencia ausente.
La verdad duele pero la verdad cura… y me acerca a la madre que mis hijos necesitan que sea. Para poder cambiar, hace falta aceptar. No con culpa sino con compasión.
Es curioso porque antes de cambiar mi mirada, sentía que hacía lo que debía. El enfado, las malas caras… podía justificarlas diciéndome que estaba ayudándoles a responsabilizarse de sus actos, a ser más eficientes en todos los sentidos. Creía que les estaba ayudando a crecer cuando en realidad destrozaba los pilares básicos sobre los que se sostienen las personas, el amor y el respeto.
Pero nunca es tarde para el cambio (en realidad, si has llegado hasta este escrito, puede que sea el momento perfecto, puede que sea tu momento). No es fácil pedir perdón. Sobretodo cuando eres una de esas personas a las que les cuesta equivocarse, de las que buscan la perfección a toda costa y ponen toda su energía en cada pequeño acto.
Otras veces he dicho ya que nuestros hijos aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos. Los actos pesan más que las palabras así que para las disculpas, puedes usar tantas palabras y explicaciones como creas necesarias, pero puedes usar también un buen abrazo acompañado de un simple “lo siento, me he equivocado”. Pero como las disculpas no salen cuando nos inundan sentimientos de enfado, os explico una de mis técnicas para proceder en estos momentos de enfado, frustración o conflicto.
Seguro que te has dado cuenta ya que nuestros hijos viven en sintonía con nuestras emociones. Cuando tenemos un mal día parece como si todos los integrantes de la familia estuvieran de mal humor. Por el contrario, ese día que te levantas radiante, todos te siguen con una sonrisa en la boca incluso si tocan actividades pesadas. Aún siendo pequeños (o precisamente por ello) tienen una capacidad increíble para sintonizar con nuestras emociones, incluso con aquellas de las que nosotros mismos no acabamos de ser conscientes. Si tenemos esto presente, nos será fácil entender que si nos quedamos encalladas en estados mentales negativos, la cosa no puede salir bien.
Pensamientos como ¡ahora no tengo tiempo para esto!, lo que faltaba… la alegría de ser madre… ¿en serio? hacen que nuestras emisoras emitan negatividad en estado puro y que nuestros hijos entren en sintonía. Lo bueno es que tenemos el control sobre nuestros pensamientos y podemos SIEMPRE transformarlos de negativos en positivos. Os explico mi plan de emergencias

CÓMO EVITAR CONFLICTOS EN 4 PASOS

Paso 1: Identificar mis pensamientos negativos y PARAR antes de que el conflicto estalle.
Inserta aquí cualquier drama cotidiano o lee el mio: Acabo de fregar el suelo del comedor y aún no he guardado el mocho que la pequeña ha decidido preparar una postal para su padre y ha derramado todo el bote de purpurina por el suelo… justo en el preciso instante en que llaman al timbre para recogernos, cuando estamos aún medio en pijamas.
Tengo dos opciones: entrar en modo frustración total y actuar de formas de las que luego no me sentiré orgullosa o parar.
Este punto, el de darte cuenta de que tienes opción, es el más complicado al principio. Es más fácil ir con la directa puesta y actuar como siempre. Recoger la purpurina refunfuñando porque “siempre igual”, “siempre te toca recoger”. Al mismo tiempo en que pegas cuatro gritos para que todo el mundo se vista corriendo y salga pitando hacia el coche que espera en frente de casa (y, ¡sorpresa! nadie hace caso… frustración in crescendo).
Para poder cortar, hace falta decir ¡BASTA! ¡STOP! ¡PAUSA! o cualquier recordatorio que te haga realmente parar y callar. En boca cerrada no entran moscas.
Si te es más fácil, visualiza una señal de stop o de peligro o cualquier imagen que te haga parar en seco. Siéntate, retírate hacia otro lugar y, si hace falta (alguien pregunta), explica que necesitas unos minutos para recuperar la calma. A veces tomar distancia física ayuda.
Paso número 2: analiza la situación, toma perspectiva. Descubre tus pensamientos erróneos y sustitúyelos por otros más positivos.
Este es el periodo de enfriamiento, en que somos capaces de virar nuestro pensamiento y darnos cuenta de que tampoco es para tanto.
Si te quedas encallada en tus pensamientos negativos, en la mala suerte que tienes, en lo difícil que es todo, en lo agotada que te sientes… RESPIRA profundamente. Céntrate en tu respiración y en un momento serás capaz de empezar a cambiar tu mirada.
Si, muchas veces nos toca recoger desastres pero muchas otras veces lo hace otra persona o lo hacen tus propios hijos. Aquí estamos empezando a identificar nuestros pensamientos negativos erróneos y podemos reemplazarlos por otros más positivos.
Si, les has pedido que se vistan por qué hacemos tarde y no han hecho caso pero ¿realmente no hacen caso NUNCA? ¿si me pidieran algo a mi como yo lo he hecho con ellos, les haría caso?
Además, la pequeña no tenía malas intenciones, sólo intentaba hacer una postal para su padre, porque le quiere, porque nos quiere con locura. Porque durante los primeros años somos su sustento en todos los sentidos.
Yo necesito que se vistan rápido pero ¿puede que ellos también necesiten algo?
Así, el corregir nuestros pensamientos negativos nos abre la puerta a sintonizar con nuestros hijos, entender sus emociones. Damos paso a la empatía y a la compasión.
Paso número 3: lo más difícil ya está hecho, vamos con los niños.
Hemos logrado superar el arrebato de mal humor y encontrar la calma hasta el punto de poder entender a nuestros hijos. Ahora ya estamos en disposición de “trabajar” con ellos.
En este punto es muy importante validar sus emociones, es decir, dar nombre a lo que ELLOS están sintiendo.
Muy posiblemente mi hija se sienta también frustrada por haber derramado la purpurina. Triste por no poder acabar la postal. El resto estarán molestos porque les he gritado. De mal humor porque no les gusta ir con prisas, ni hacer esperar a la gente…
Ahora es el momento de acercarnos a ellos con amor, respeto y compasión. Usar el contacto corporal (un abrazo, una caricia) es de gran ayuda para acabar con la tensión y establecer puentes pero es importante también hablar sobre cómo se sienten ellos. Sin emitir juicios.
Quiero remarcar la necesidad de no ser nosotros quienes generamos un gran drama. Si nuestro hijo es pequeño, no hace falta que pongamos palabras en su boca. Para mi, validar es conectar, no dramatizar. Si mi hija pequeña quiere quedarse más tiempo en el parque pero tenemos que irnos, una forma de validar es simplemente ser descriptivos. Centrarnos en los hechos más que en las emociones. «Quieres quedarte más rato en el parque ¿verdad?» o veo que no quieres irte del parque.
Si quieres ir un paso más allá, puedes relatarles alguna ocasión en que tu hayas experimentado lo que ellos sienten ahora. Puedes explicarle como tu, cuando eras pequeña, nunca querías irte de casa de tus abuelos.
Más adelante, cuando sean los propios niños los que empiezan a topar consciencia de sus emociones, podemos hablar más abiertamente de ellas. Podemos nombrarlas. ¿Estás enfadado/ triste/ frustrado por…? Personalmente me gusta simplificar e ir paso a paso. He visto y vivido muchas veces situaciones en que los padres, con nuestras mejores intenciones, hemos acabado dramatizando una situación al nombrar emociones y creo que es justo hacerlo con medida. En una situación normal (no de conflicto) podemos leer libros de emociones y hablar de estas todo lo que queráis. La inteligencia emocional es importantísima, pero en un momento de conflicto mejor seguir una estrategia que nos lleve hacia el equilibrio y no hacia el victimismo. Sobretodo con los más pequeños, nombramos hechos más que emociones y a medida que ellos evolucionen y tomen consciencia, iremos nombrando emociones más y más.
Paso número 4: una vez todos en paz, es el momento de buscar soluciones de forma conjunta.
Nos están esperando fuera y aún vamos en pijama… y el suelo está lleno de purpurina… ¿qué hacemos?
Si te atreves a preguntarles a tus hijos te sorprenderás que no les cuesta nada encontrar soluciones y llevarlas a cabo. Buscar soluciones de forma conjunta, colaborativa, es una forma de empoderar a nuestros hijos. Cuando uno forma parte de la toma de decisiones, no le cuesta acatar los resultados y su sentimiento de pertenencia se ve reforzado.

RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS EN 4 PASOS
1. STOP
2. PERSPECTIVA
3. EMPATÍA Y VALIDACIÓN
4. SOLUCIONES

Se que suena muy a tópico pero al final, la maternidad es un camino de crecimiento personal y el primer paso es aceptar que no somos perfectas sin caer en la culpa. En el título del artículo hablo de cuando el enemigo está en casa y hasta ahora hemos hablado sobre cómo dejar de ser el “enemigo” de nuestros hijos pero me parece importante remarcar que (demasiado) a menudo somos también nuestro peor enemigo.
Si queremos vivir en paz con nuestros hijos primero tenemos que vivir en paz con nosotras mismas. Vivir en paz significa aceptar. Nuestra meta no es alcanzar la perfección sino ganar conocimiento, compasión y sabiduría que nos ayuden a disfrutar de nuestros hijos y de nuestra vida día a día. De los errores se aprende así que no tengamos miedo a errar, no sintamos culpa por haber errado y trabajemos en el cambio.
 

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